No, no es un cuento

Tu sabes mejor que nadie que a mi no me gustan los cuentos, detesto andarme con historias que no llegan a nada. Prefiero ser directo. Muy directo. Pero ahora debes de escuchar esto que tengo que decirte. Parecerá un cuento, pero no lo es. 

Era un tipo que más bien parecía no importarle nada, retraído, aveces ausente, lo mirábamos que pasaba a veces a la tienda, nunca sabía qué quería, sólo miraba por unos segundos y a veces tomaba unos kranky, otras veces no tomaba nada y salía por donde llegó. Así era él, y nadie le decía nada, lo dejábamos irse. No hablaba con nadie, ni nadie quería hablar con él. 

Paulita, la de la panadería, un día se dirigió a él, le preguntó algo sin importancia, una de esas cosas que uno pregunta por cortesía, pero que no tiene interés de saber, quizás sólo para hacer la conversación. No sé si le preguntó por dónde creía que viviría el Minotauro si aún viviera, o por qué partido político votarían los Targaryen, no me hagan mucho caso. El punto fue que el fulano éste se sacó las manos de la bolsa, gesticuló profundamente como si intentara decir una gran frase, pero la verdad fue que no pudo decir nada. Nada de nada. Sus manos intentaban decir algo importante, pero de su boca no salió más que un poco de vaho, porque dicen que hacía frío. El tipo se dio la media vuelta. Se fue por donde llegó, y por donde nunca debió haber llegado. Paulita pensó que perdía su tiempo, hablarle al que no habla para hacerle la plática, vaya ¡qué disparate!

El fulano regresó otro día, Paulita le dio su chocolatín como cada mañana, ya sin mirarlo a la cara, dejándose llevar por la prisa matinal de cualquier panadería. Pero el tipo ahora sí quería hablar, ahora sí tenía respuesta a la pregunta sin importancia que días antes se le había hecho. Paulita no recordaba qué le había preguntado, no sabía si la pregunta había sido sobre si "cancerbero" le parecía una palabra exagerada para llamar a un portero, sobre todo pensando en que para Dante, el infierno no era cosa menor; o si Dolores debió haber buscado a Pedro Páramo antes de morir, y no dejar ese fatal encargo a Juan Preciado en su lecho de muerte. Paulita simplemente no lo recordaba y de haberlo hecho, simplemente no le interesaba saberlo. Cuando uno pregunta a alguien cómo está por un mensaje de texto, lo último que quiere saber en realidad, es cómo está esa persona, de hecho nos incomoda saber la verdad, que esa persona está mal y con pesar respondemos angustiados. Es una forma de acercarse a la persona y saber más de ella. Eso. Paulita no tenía el menor interés en las cosas que preguntaba. Incluso si te preguntaba si querías un chocolatín, una concha de chocolate o una astorga. En el trabajo sus preguntas eran más bien operativas. El caso fue que el fulano se apareció con un libro. Vaya tipo. ¿Qué quería? Nadie lo sabe, ni Paulita, quien tomó el billete de 20 pesos como pago del pan, pero no tomó el libro que este tipo le extendía con la mano. Era un libro visiblemente viejo, con páginas amarillentas y un tanto desgastado. Sin tomarlo, no por grosera, sino por desconcierto, Paulita notó que sobre el borde central estaba escrito el nombre de José con un marcador negro que ahora más bien se leía grisáceo. Paulina lo miró a los ojos y encontró en ellos más cosas de las que quería ella saber y tomó el libro.

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