Acto II

Nunca he entendido el problema de la página en blanco. Por el contrario tengo un problema con dejar espacios blancos vacíos de letras, así que los lleno de palabritas, de rayones que al principio entiendo, pero que después son simplemente patrones enfermizos que se resisten al blanco, a la nada, al silencio.

Y es verdad, no entiendo a esos que no tienen de qué hablar, que no tienen de qué escribir. Yo siempre tengo veinte o treinta ideas, cosas que quiero decirle a alguien, a quien sabe quién. Por aquí y por allá. Mi problema es con la censura mental, tantas voces hablándome al mismo tiempo y yo sin saber a quién escuchar, a quién contestarle, a quién pedirle perdón o permiso. Con tantas voces hablándote uno termina haciendo puros garabatos.

Así, con temas, ideas, recuerdos y planes llego al 35. Me gustaría pensar que es la segunda mitad, y siendo más optimista,  deseo que sea el principio del segundo acto. Ese momento en donde terminó la presentación. Ya sabes lo que debes saber. Has vivido lo suficiente para dejar de dudar. Las cosas son más claras. Los espacios en blanco dejan de causar miedo, los rayones son parte de las cosas que empiezas a olvidar. Los 35 es ese momento en que uno toma las decisiones importantes. No fueron los 15, ni los 18. Elegir una carrera fue cosa de niños. Ahora hay que decidir qué hacer con el resto de la vida. Tomar los riesgos más grandes. Dejarse de pendejadas. Eres o no eres. Vives o mueres. La decisión sigue siendo propia. Decides renunciar al dolor, o vivir con él. Dejarse acompañar por aquello que pensaste que te mataría, y con sabiduría entender dónde habrá de dejarse lo que estorba. Ya no hay después.

Los 35 son ese momento del espiral en que vuelves a mirar hacia arriba. Con el ímpetu con el que caíste te catapultas nuevamente hacia arriba. Ahora sabes que no será por mucho tiempo. El siempreya no se ve tan inalcanzable, el nunca se empieza a decir menos. 

Descubro más apasionante que nunca el dejar de poseer, comprender la naturaleza pasajera de la vida. Servicios de renta de contenidos resultan los más adecuados, y ya todo lo quieres así. No quiero tener nada, no quiero cuidar algo que sé que no es mío, no quiero marcharme y dejar ahí abandonado todo eso que por tanto tiempo defendí. Es ridículo, me sentiría el muerto más ridículo abandonando a su suerte cosas que antes eran preciadas y ridículamente defendidas a muerte. También se te quita el miedo al ridículo, al qué dirán. Aprendes a vivir con arrugas en la cara. Después de afeitarte miras esas marcas que ya no se quitan, por el contrario, significan los surcos que habrán de pronunciarse para delimitar lo que será tu nueva cara. Una cara que mereces más porque es la que te has ganado frunciendo el seño, la que has merecido por tanto reír. Tienes esa frente dividida por arrugas, parecen tres pesadas lápidas que cargo y que se formaron de tanto mirar al cielo, de tanto buscar algo entre las nubes, de tanto mirar. Así agradeces las patas de gallo que se pronuncian cuando ríes bien, cuando ríes de a de veras, cuando te conmueve algo o cuando el chiste es muy bueno. Haces cuentas y son porque buscaste chingos de motivos para reír y siempre encontraste más. Siempre hubo más felicidad de la esparada y quizás que hasta de la merecida, y está ahí en tu cara, se ve. La cara es donde se ve, pero es todo el cuerpo donde se siente. En cenar mucho muy tarde, en comer mucho picante, en estar meses inactivo. El las rodillas destrozadas después de correr, el los tobillos adoloridos después de patear un balón. En las cosas que ya no puedes comer.

Qué divertido es aceptarte, recordar porqué eres así y pensar que no pudo haber sido de otra forma, que eres feliz, que muy eres feliz y que no importa si es la mitad o es menos, habrá valido la pena. 

Qué ricos se sienten los 35. Hay más verdes para distinguir, puedes pensar en el pasado reconociéndolo por etapas, hablas de gente que ha muerto y lo dices cada vez con menos miedo. Hablas de personas que extrañas ya sin tragar saliva, respiras y ahora sientes algo por ese aire que dejas salir. Ahora sí aprecias las tardes sin hacer nada. Hacer nada. En el último mes estuve dos o tres veces haciendo nada con toda la intención de no hacer nada, y me recordé de niño. Haciendo eso, nada. Nada más delicioso que no hacer nada. Ahora lo entiendes y lo extrañas.

En los segundos actos se cuenta la historia ya sin preámbulos, se vive cada palabra, cada letra, se respira con cada una de esas comas y se eliminan las acciones que no aportan al personaje, todo eso que aportará a que el personaje logre su objetivo está destinado a desaparecer. Bienvenido este segundo acto. 


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