Pesadilla de mejillas rosadas 0.1





Empezó, como todas las historias de terror, con la chica extraordinariamente atractiva. Miraba la pantalla de mi Nintendo 3DS cuando apareció la silueta de una mujer caminando por el reducido pasillo del avión. Cuando la sentí cerca pausé el juego de Star Fox calculando perder el menor tiempo posible para volver a jugar. 

Zapatos cómodos pero elegantes, unas medias claras que hacían relucir unas pantorrillas muy bien torneadas. Un Whisky en las rocas...no había acabado de pedirlo cuando decidí que era una mujer atractiva, pero llegué a su rostro para percatarme de que era irremediablemente ella. Con sus mejillas rosadas. El resto de su rostro era pálido. Muy pálido. Tragué saliva y traté de disculparme. Qué tal, perdón... Pero ella estaba completamente en su papel de sobrecargo. Seria pero amable. Templada. Cómoda. Muy amable asintió mostrando esos hoyuelos en sus mejillas rosadas. Claro, en un momento... Me dijo sin dejarme siquiera terminar, dio la media vuelta y se fue.

Demonios, no entendía cómo había llegado hasta ahí. No hay forma de que ella sea ella. No. Bueno, las sobrecargos son mujeres preparadas, puede aplicar cualquier persona con estudios universitarios, y en caso de que alguien esté cambiando radicalmente de trabajo, las líneas aéreas privilegian que sus empleados abordo sean personas atractivas, así de simpáticas y al mismo tiempo serias. Quizás les permita ser hasta un poco coquetas, no quiero decir que sea parte del perfil, pero estoy seguro de que a la aerolínea no es algo que le moleste. Pensándolo bien, estoy seguro de que no es parte del perfil. La amabilidad es fácilmente confundida con coquetería por los hombres del siglo pasado, con las reglas incluyentes estoy seguro de que están empezando a buscar personas menos atractivas pero con mejores calificaciones técnicas. Además, quién podría no sentirse alagado por la sonrisa directa de una cara tan bonita. En México no es común que la gente se ría contigo en la calle, tampoco platicamos con la personas que están en la barra de un restaurante o un café. No está bien visto platicar con desconocidos en un lugar público, no es lo común aunque todo el mundo lo hace todo el tiempo. Lo más visto es que salgas de tu casa, estés soló, vayas solo, e interactúes lo menos posible con todas las personas, decir lo mínimo necesario y en ocasiones palabras simples y huecas heredadas del amable Español que aprendimos todos los que crecimos cerca de nuestros abuelos. ¿Pero ella? Cómo llegó aquí. Qué habrá pensado al verme, seguramente no le hice ni un poco de gracia. Seguramente le molesta encontrarme aquí, en su trabajo, y tener que tratarme muy bien. Bueno, no tan bien. Lo necesariamente bien para que no la regañe uno de sus supervisores. No había duda de que era ella, quizás un poco más pálida, quizás un poco más atractiva de como yo mismo la recordaba, pero debía ser ella.

La pantalla del 3DS entró en modo reposo. Un hombre con uniforme de la aerolínea me llevó el vaso hasta mi lugar, y sin decir nada lo dejó sobre la mesa en donde tenía también un libro prestado, un whiskey en las rocas -dijo el hombre y se marchó-. No volvió ella. Debió haberle pedido el favor para no verme. ¿Así de inmadura? No lo puedo creer, es un vuelo de 8 horas, no podrá esconderse todo el tiempo. Tomé el vaso de whisky y lo bebí hasta el fondo dejando solamente los hielos dentro del vaso. Sentí mis labios un tanto grasosos, me limpié con la manga de mi camisa para percatarme de que tenía labial embarrado sobre mi manga. Era un labial perfumado, el vaso estaba manchado de unos labios que por beber tan pronto, ahora tenía embarrado en la boca. 

Qué clase de patraña es esta, qué clase de aerolínea. No era posible y tenía que levantar una queja lo más pronto posible. Al ponerme de pie, se acercó el mismo hombre, ahora en un tono amistoso y con la actitud de decirme un secreto. Sacó un pequeño sobre de su camisa y me lo dio mientras me hablaba en voz baja y muy cerca de mi cuello tome esto, pero no lo abra aún, que nadie se lo vea. Tomó el vaso vacío y se marchó.

Paralizado volteé a mirar al resto de los pasajeros, que ya me veían con curiosidad. Guarde en mi chaqueta el pequeño sobre y me quedé mirando a todos. El hombre regresó con otro vaso de whisky, lo puso en mi mesa, me tomó del hombro y me sentó de nuevo en mi lugar, en silencio se marchó. 

Antes de beber, miré el contorno del vaso, que estaba completamente limpio. Me rocé los labios y aún los sentía grasos.


Continuará...


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