Sí, sí, ya he hablado de la maestra Martha en 5to de primaria, del diario que me pidió en donde no tenía nada qué decir y preferí mentir. Preferí exponer una situación inexistente porque el diario había que leerlo en la clase y no quise escribir que estuve la tarde viendo televisión solamente. No quise decir que sólo fui por las tortillas. La extraña intuición que llegó a mi cabeza era muy clara. Si escribo debe pasar algo. ¿Qué ha pasado? No estoy completamente seguro de qué pasa mientras escribo. Lo que sé es que he sentido cómo me hierve la sangre cuando tengo una idea, cuando tengo algo en el estómago que debo escribir. Cuando acelero el paso para llegar, tomar la computadora y decir. Decir sin decir, o decir diciendo. Escribir.
Sentirme bien en momentos oscuros: recuerdo espacios en los que no sabía exactamente lo que me pasaba, pero sabía que las cosas no estaban bien. No siempre he sabido con precisión qué es lo que está pasando. Por suerte no he necesitado de drogas para estar bien, pero sí escribo. Cada palabra, cada letra es una fumada que pone en orden lo que pasar por mis sentidos.
A veces he cuestionado mi ideología. Por lo que quiero decir, por eso que me indigna, eso que me interesa y eso que no me deja ser. Y siempre me sorprende que debo escribirlo. Muchas veces no sé qué pienso de las cosas hasta que me conecto a una página blanca y las digo. También me ha pasado cuando hablo frente a un grupo armado solo de un plumón, y ese momento en que digo cosas que no sabía que sabía, ni que quería decir. Escribir me gusta porque me demuestra que tengo algo que decir que no sabía cuando hablaba, caminaba, discutía, amaba. Sé que puedo amar tanto porque cuando escribo lo digo. Sé que puedo ser escritor porque cuando tengo la computadora llego al trance en que mis manos no se mueven tan rápido como para escribir todo lo que siento. Porque si no lo escribo reviento. Porque no soy tan veloz como para decir todo lo que estoy seguro que debe ser dicho. Sólo así sale. Sólo así aparece.
Hay veces que dudo de mi. Dudo mucho de mi calidad de escritor, de que a alguien le interesará lo que tengo que decir, si a una editorial le interesarán mis palabras. O a un estudio, o aun medio de comunicación, o a una empresa trasnacional. Pero hay algo de lo que no dudo. Y está muy claro, está claro que no sería yo si yo no escribo. No estaría satisfecho. No sería feliz. No podría hacer otra cosa. Pero podría estar escribiendo tantos cuadernos como los que se llenan y que ya no sé donde guardar. Pero hoy, hoy quiero compartirlo contigo, con quien lee estas líneas y que tengo la muy lejana pero firme esperanza de interesar. Y si no es así, también sabré aceptarlo. Y seguiré escribiendo en los cuadernos, que habrán de volverse amarillento alimento de las polillas.
Tomo aire, y vuelco a escribir, como nadador de las profundidades que almacena todo ahí dentro, en el aire que llevará como provisión de vida para los próximos y posiblemente, últimos segundos.
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