Aunque parecía algo imposible, volvimos a mirar música. Está vez como dos desconocidos. Cada quien desde un punto del universo. Podría jurar que nuestros hombros apenas se tocaron pero quisieron acariciarse mucho, porque la memoria física les decía que eran uno del otro. Faltaron a la voluntad. Pero no. Cada uno estaba bajo lunas distintas, bajo cielos lejanos. Sobre mareas inquietas en diferentes lugares del universo.
La voluntad de la suerte nos barajó sus cartas. Como tantas veces que la música fue el motivo para una conversación, una lágrima o un beso. Una cerveza, un tequila o un beso. Un baile, un abrazo o un beso. Una vida, una muerte o un casio. La jungla en pleno asfalto.
Casio. Como un reloj que palpita cada segundo pero que en un momento se queda sin batería y simplemente deja de correr. Pero un día habrá de tener batería para seguir haciendo la única cosa que sabe hacer: caminar. Sonar. Transcurrir.
El silencio nunca es tan callado como cuando ensordece en la jungla.
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