Maestros de vida

Mi profesor preferido siempre fue Eddie Bonilla Knöcker y nunca me dio clases dentro de un salón. Fuimos compañeros, nos encontrábamos en la sala de firmas y de ahí nos hicimos amigos. Me enseñó sobre cómo apostar en las Vegas para nunca perder, sobre  los masones, sobre la Segunda Guerra Mundial, sobre cómo se seleccionaban los temas para un nuevo boleto de la Lotería Nacional, sobre genética, incluso de probabilidad y estadística aplicada a los hechos históricos. De lo que más me enseñó Eddie fue de cómo ser un buen maestro, de cómo dar todo a los alumnos y no quedarse nada. Tenia los mejores trucos para detectar cuando alguien copiaba (pero esos nos los rebelaré aquí). De él aprendí a exprimirme en cada clase hasta ya no quedar más de uno, a regalarse a todos sin esperar nada a cambio. También me enseñó que cuando uno pide algo, siempre hay que devolverlo mejor que cómo lo recibió. Eddie dejó este mundo mucho mejor de como lo encontró, no me queda duda. Ir al Tajín con él fue cómo llevar al mejor guía que podía relacionar lo que pasaba en Mesoamérica con cualquier cultura europea y siempre en medio de un buen chiste. Algo tenia Eddie que no se olvidaban sus lecciones, hacía más de diez años que no lo veía y podría seguir hablando de todas las lecciones que me dio. Nos volveremos a encontrar para seguir escuchando tus lecciones, mi querido amigo Eddie.


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