Polaroid 600 B/N

Rugía como un león. Era un motor recién afinado que aceleraba a fondo. Dos escapes hacían que la bestia roncara derrochando poder en cada uno de sus respiros. Ruuuuun. Ruuuuuuuun. Está listo. Abrió la palma de la mano, Pancho vaciló en entregarle las llaves. Cuando Aliah las tomó, su padre las apretó fuerte. No te pases de los 130. Aliah las arrebató burlona. Ajá. Aliah no necesitaba que le dijeran que era la mejor conductora de toda la costa. Sentía lástima por aquellas que necesitaban ánimos antes de competir. Aliah sabía qué era buena y se aburría de que se lo repitieran. Su padre lo supo pronto, por ello sólo le daba nuevas metas ocultas entre regalos, le imponía retos disfrazados apapachos paternales, que no eran sino catapultas. Aliah pagaba la responsabilidad que llevaba consigo con disciplina. Sin proponérselo, humillaba a quienes no creían en sí mismos, olía el nerviosismo en el volante. Te rebasaba en curva. Te daba ventaja y después  te pisoteaba despiadada. Sólo pedía un motor arreglado, unos frenos bien calibrados y un escape ensordecedor. Al final de cuentas ella no escuchaba el motor, lo sentía. Las palpitaciones del mustang azul marino se mantenían al ritmo de su propia respiración. Pancho sabía que no debía poner límites porque para Aliah un límite era un reto. Miró el mustang alejarse jaloneándose hacia la derecha y dejando sobre el pavimento sus llantas marcadas. Aliah no sabía marcharse así nomás, siempre se escuchaba. Se sentía, vibraba. Llenaba los silencios. Mientras metía segunda para enderezar el auto, olió a llanta quemada que para ella era un poco del combustible que sus pulmones necesitaban para respirar. Bajó la manija de la ventana para disfrutar mejor de la vista. El volcán expulsaba una fumarola que en sólo segundos se elevaba por los cielos, como si un imán chupara las cenizas hacia la prematura luna que se dejaba ver. El sol se asomaba entre la apresurada fumarola que parecía hervir. Un tímido rayo de sol iluminó el mustang azul fabricado en 1967. Aliah bajó la visera del auto, un instante tuvo frente a sí un retrato que le había tomado su padre con la vieja Polaroid 600 a blanco y negro. Grow. Groooooow. El motor rugía como cuando llegaba a los 160kph. El volante se movió lo necesario para que Aliah se distrajera de su retrato y pusiera atención nuevamente en el camino que ya se veía distorsionado. Como caballo bronco, el mustang sólo se apoyaba con dos llantas sobre pavimento.

 


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