Para llevar muriendo

Se talló los ojos, estaba ahí, en un sitio desconocido pero que le parecía familiar. Apenas levantó la mirada y la vio aproximarse, miró al rededor, y a pesar del gentío cada quien seguía con su vida, nadie le prestaba atención. Nadie. Sólo ella, que a unos diez metros ya le ondeaba la mano. No pudo sino hacer esa mueca de felicidad oculta en su personalidad de escritor. Se abrazaron. Ella se disculpó por la hora, él no se había dado cuenta de que había esperado unos minutos, tampoco sabía donde estaba. Hace unos minutos o meses había mirado con atención ese retrato en escala de grises por última vez mientras se desangraba, y con sus escasas fuerzas le había agradecido por ser ese espacio en sus pensamientos que le había dado mucho más que esperanza para resistir las oscuras horas con los pulmones perforados. No sé si fue el retrato, o el calor del puerto, pero no había sentido siquiera el cambio de temperatura cuando su boca quedo sobre el pavimento de la calle por la que no pasaba nadie. Horas, días, no lo recordaba. Ahora estaban sentados en una terraza con el mejor de los climas, la vida seguía siendo oscura, aunque destacaban algunos colores de comercios que en el fondo brillaban. Ella le puso una taza de café sobre su mesa, lo que le permitió entender que debía regresar al aquí, a la mesa en esa terraza en medio de una concurrida ciudad a la que no conocía. Ella empezó a hablar, era un poco más desenvuelta que en la imagen. El momento de la entrega del retrato ya había quedado superado, al parecer todo eso que imaginó esos momentos en que él imaginaba su futuro, habían sido reales. Ahora ella le hablaba con toda la familiaridad. Le describía conversaciones que ya habían tenido, que él suponía habrían quedado sólo en sus pensamientos. Ella se disculpó por la informalidad, pues era un momento especial y había llegado con prisa y sin tenerlo todo preparado. Él se perdió por un momento en su rostro, seguía mirando un retrato con ademanes veloces, que se acomodaba el cabello y que por momentos parpadeaba con una mirada brillante. Era nuevo. Nunca imaginó el retrato brillar, es más, nunca logró distinguir completamente las pupilas. Le parecía sorprendente el viaje que podría tener sólo de internarse en su mirada. Sin dejar de observarla tomó un poco de café, al mirar la taza vio un destello color rojo dentro del negro del café. Se puso una servilleta sobre la boca y se dio cuenta de que aún le salía sangre de la boca. 

No puede ser.... ¿me permites? Salió corriendo como quien escapa de sí mismo, tratando de engañarse. Tosió sobre la palma de su mano, y había más saliva roja. Supo que no llegaría tan lejos, regresó y se encontró de frente con la mujer del retrato, que ahora se veía radiante, miró todos los colores de su rostro y los respiró todos, los escuchó todos, los guardó en su memoria para tener qué mirar mientras moría. Ella seguía platicando sobre al aroma del café, el clima de la ciudad y otras cosas que él no escuchó, pues dedicaba la totalidad de su atención a inmortalizar ese recuerdo.





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