Todo el tiempo



No lo vi venir. Era uno más entre la multitud. Cuando lo percibí fue porque ya me estaba levantando del piso. Miró a los lados para asegurarse de que nadie más me reclamara. Nadie lo hizo. Permaneció unos segundos en cuclillas intentando reconocerme o no olvidarme o queriéndome decir algo con sus pensamientos. Pero estaba ahí. De un movimiento rápido se puso de pie y desapareció del lugar. 

Del más ignorado, pasé a ser el más visto. Con la misma regularidad con que un enamorado saca su celular para advertir una notificación, me sacaba de su abrigo sólo para mirarme. 

Lentamente aprendí lo que se sentía ser elegido. Todos los días volvía a ser yo de entre todos los bolsillos, volvía a ser el objeto de su atención. Y cada vez descubría una nueva forma de ser observado. Una nueva forma de ser contemplado. Una nueva forma de ser extrañado. Me miraba y me miraba.

Agradecí no estar en su sudada cartera. Estaba en su abrigo, junto a su corazón. En su pecho. Tendría que ser temporal. La gente no se enamora de los retratos, no podría pasar mucho tiempo hasta que me metiera en un sobre, en medio de un libro o a una sudada billetera. Me llevó lentamente a sus labios y me besó. Me besó. Jamás me había ocurrido. Sabía que la gente besaba gente. Pero no sabía que besaran retratos. Me regresó al abrigo, y ahí, a oscuras, me pregunté qué tenía que hacer para permanecer siempre ahí. Qué hacer para nunca ser olvidado. Qué debía ser para mantenerme ahí, junto a sus labios. Todos los días, todas horas, todo el tiempo.

Si solo pudiera estar siempre en sus pensamientos. Todo el tiempo.



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