Tu voluntad


El brillo de esos ojos se llama voluntad. El pendiente. Los ojos. El poder cerrarse, parpadear, hundirse o brillar. Voluntad de mirarme, pudiendo mantener la mirada sobre la ventana, en donde nubes color ocre, se estancan por la sospechosa falta de aire en el Norte de Amsterdam. Voluntad de pensar en ti cuando podría estar pensando en cualquier otra cosa. Voluntad de no irte a buscar y estar aquí escribiendo. Voluntad de dejarse caer. Así, por voluntad. Dar un paso al medio día bajo el sol de California, o dar quinientos. O no dar ninguno. Vivir, pintar o imaginar colores ante las nubes ocre. Mirar colores o escuchar los grillos. Vivir o morir. Como la niña de Guatemala. O como la niña de los volcanes. O como la niña del Cadáver de la novia. O como la niña de los ojos de sapo. O como la niña que se quemaba los ojos cuando miraba al sol. O la niña que tenía mirada de salamandra. O la niña con la corona de flores. Fueron voluntad. El encierro de Vincent. Mi propio encierro. Mi próxima liberación. La fuerza con que cabo mi tumba. La campana que se toca para despedirme. Los colores que trazo sobre las nubes antes de que se pongan negras y comience la lluvia. Las nubes negras desaparecen pronto, traen mucha vida y verde que habrá de cubrirlo todo. El negro se convierte en el color que quieras. Soy el color que elijas mientras miras las nubes. Es tu voluntad. Seleccionar un color en tu mente y sumergirte en él mientras caes al vacío. Nadie lo sabrá. Es tu voluntad.


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