Desatado .2

Se detuvo el metro y el vagón se quedó a media luz. Me quité los audífonos, recordé que traía un libro. Sí, el de aprender a escribir. Había pocas personas así que me senté en el piso. No había dejado separador. Unos zapatos cafés muy bien boleados entraban en tic nervioso a causa de la repentina pausa. Su tacón pegaba y pegaba en el desgastado piso. Miré el resto de los pies. Nunca me había fijado en los pies de los usuarios del metro, nunca había pensado en cuántos pasos se necesitan sobre una escalera de piedra para desgastar los escalones. 20 ó 30 años de millones de pasos con prisa. Ahora veía unos 20 pares de zapatos dentro del vagón. Frente de mí aparecieron unos bostonianos bajitos con los cordones desatados, instintivamente les hice un nudo. Habrían sido unos zapatos del número 2, de mujer. Chiquitos. Por reacción me pateó justo cuando daba el apretón final. Eran de Mariana, quien no había visto que yo estaba en el piso, no había entendido que le acaba de ayudar. Dio un par de pasos y se alejó de mi. Desde el piso la miré y la noté ofendida, desinteresada, ausente. Cansada de su propia vida. Incapaz de agradecer, lejana de querer entender al otro, muy ausente. Muy lejos de mí, pero apenas a un lado. Sacó su celular y empezó a escribir con la red wifi que regala el metro. Me quedé pensando en porqué era importante para mí pensar en los zapatos. En porque alguien tiene que pensar en porqué esa mujer no agradece a alguien que le sujeta los cordones de los zapatos. Por qué debe alguien de fijarse en esos detalles. No estoy perdiendo el tiempo. Cuando los pintores desplazan la tinta con sus pinceles no saben con exactitud qué van a lograr con cada brochazo, pero saben que es preciso darlo. Cada brochazo cuenta, cada color, cada punto. Cada diminuto punto. Cada imagen que captura mi atención servirá para algo. ¿Será el principio o el final de una comedia? No se sabe, no se sabrá si esa mujer que rechazó convidarme de su mirada sea el punto exacto que detone el inicio de un suicidio, el final de un amor, o simplemente sea el momento que me pregunte algo que no tenga respuesta y eso me lleve a escribir. Quien escribe tiene preguntas y observa mucho. Todo el tiempo se pregunta cosas que no sabe cómo habrá de responder. Responder cosas lleva páginas y páginas. Vidas enteras. Muertes. Escribir consiste en dónde poner la lupa. Guardé el libro que enseñaba a escribir y pensé que esa noche la pregunta no estaba en el cómo sino en el qué. De qué hablan los que escriben. De dónde sacan los temas. El metro empezó a andar y se niveló la luz. Me puse de pie nuevamente.
-Me llamó Mariana. Dijo y me extendió la mano. 
Asentí con la mirada sin tomarle la mano y me alejé, me fui hasta el rincón donde hay algo que parece una escalera. Me recargué y me bajé en la siguiente estación aunque me faltaban dos para llegar. Preferí caminar esa noche...
¿Mariana?
Recordé que la dejé con la mano estirada. Seguí caminando un poco apenado.


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