Sinapsis .5

A medida que me iba acercando a mi casa me entraba una especie de desesperación. Quería escribir ya. El paisaje era contundente, la lluvia precisa, mis latidos exactos. Sólo es sentarse frente a la computadora y los dedos empiezan a moverse solos, pero no me lo dicen a mí, sólo escriben. Si tuviera que dictarle a alguien más, no podría. Se trata de sentarse y los dedos ya saben qué hacer. Pasé meses estudiando a Lajos Egris y no me dio tantas respuestas como caminar un tramo extra todas las noches. Cada paso era una forma diferente de tejer la compleja maraña de ideas. Cada vez que mi pie tocaba el piso para dar un paso, se creaba una nueva sinapsis. Una explosión. Splash. Splash. Splash. Así se escucha en mi cabeza cuando doy cada paso. Con prisa se escucha plash-plas-plash. Con todo ese ruido en la cabeza uno no puede estar atento, así que disculpen mis descortesías, aún así, le dije:
-Mariana, ¿verdad?
Evitó mirarme, pero sé que le dio gusto que recordara su nombre. Mostró sus encías pero escondió sus dientes. Tuve que improvisar y es difícil cuando no son los dedos frente al monitor.

¿Llevas prisa? -preguntó-. Noté que estaba caminando rápido, siempre caminaba rápido cuando iba sólo. Ralenticé y negué con la cabeza, no sabía qué quería, pero no parecía peligrosa, no todavía. Uno debe agradecer cuando otra persona le muestra interés, no todos tenemos esa fortuna. 

¿Cómo te llamas? -volvió a preguntar-. No sé si les ha pasado que titubean al decir su nombre, no porque no lo sepan, sino porque no saben cuál decir, por ejemplo, tengo dos nombres. José y Antonio. Algunos me han dicho Pepe toda la vida, otros Toño, pero ninguno me gusta, por eso he pensando en decir otro, uno que no se pueda abreviar, uno que no tenga un ridículo diminutivo. Ni Pepe, ni Toño, menos Pepe-Toño que hace poco me dijo un vecino. Por eso titubeé, no hay segunda oportunidad para una primera impresión, así que no podía ceder en ese momento a la prisa. José -repliqué-. No había motivo para decir nada más, caminaba más lento y ese era motivo para considerarme interesado en ella. Pero splash-splash-splash. Energía eléctrica se generaba dentro de mi cerebro, ondas vibrantes estallaban en mi cabeza. Habría otro momento para platicar, ahora tenía que llegar a casa. No entiendo la calma de los que se van a Malibú a escribir durante doce meses y regresan con un borrador de guión de apenas 120 cuartillas, no entiendo cómo hay personas que pasan con una página en blanco durante dos o tres horas, no me cabe en la cabeza un pintor con un lienzo en blanco durante más de 15 minutos. No lo comprendo porque cuando me pongo frente al teclado es lo mismo que cuando ponen a animal frente a la batería. Pum. Pum. Tuntun.Tucutu-tucu-tutucutucutucutucutuú.¡Splash! Es instintivo, es como poner un sabueso debajo de un pato morimbudo que está planeando dónde caer. Ya sabe qué hacer. No puede esperar a hacerlo. Dejé que Mariana caminara hasta la esquina de mi casa, me detuve y la miré diciéndole hasta aquí llego. Amable. Siempre amable y creo que hasta le di una sonrisa. Me urgía dar la vuelta y entrar a mi edificio. No tomó a mal la despedida. Sólo me tomó de la hebilla del cinturón y me jaló hacia ella. Con las dos manos me tenía muy cerca. Se me borró la sonrisa. No estaba enojado, ni nervioso, quizás un poco curioso. Me sorprendió que no oliera a nada. Todas las mujeres huelen a algo. Mucho perfume. Sudor. A piel. A calle. A humo. A tabaco. Ella no olía a nada. Y eso me gustó, porque el día que quisiera, podría decidir a qué oler y empezar a olerlo. Me agradó. Aspiré hondo y disfruté la nada. Me soltó con un espíritu de perdón. Devolví el gesto haciendo una tímida reverencia con la tejana que no traía, pero que muchas veces creo traer. No fue necesario despedirnos. Me mostró sus encías, con esa imagen me quedé mientras subía las escaleras, pero se me olvidó luego.

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