Elasticidad .9

Soy elástica. Eso pensé cuando me abroché el último botón de la blusa mirándome al espejo y cuando pensándolo bien, me lo volví a desabotonar. Sí, me visto pensando en él, y en el botón que ha de mirar desabotonado y que querré que más tarde mire y mire y vuelva a mirar sin decir una palabra. Soy elástica porque hoy puedo ser una persona que no escucha, silenciosa, temerosa de hablar, seria y retraída, puedo esconderme en un libro mientras ando por el metro, o mientras un desconocido me abrocha la agujeta del bostoniano. Puedo dejar de ser yo, puedo perderme del mundo para convertirme en una sobra que no deseo que vean, que desaparezco entre más sombras y que dejo de existir. Pero por momentos me hago visible, encontré pretextos para existir y ser yo, para ser parte de algo, como perderme en un concierto de un grupo desconocido o asistiendo a un deporte que no entiendo, sólo muero por pertenecer. Me estiro y logro estar. Nadie sabe que no soy de ahí, pero si me ven gritar, por momentos sentiré que soy. Eso nos pasa a quienes no somos de ningún lado, apenas encontramos oportunidad de ser y nos plantamos fuerte sobre el piso, y somos. Algo, lo que sea. Soy elástica porque aunque trato de desaparecer, cuando estoy con él no sólo existo, sino que quiero ser la materia más densa sobre la tierra, quiero expandirme hasta ocupar todo el espacio sobre él, quiero llenar su atmósfera de mi, y absorber su aire, tenerlo dentro de mis huesos y ocupar el espacio en los huecos que tiene dentro de sus venas, de sus pulmones, de sus pensamientos, dentro de sus palabras, dentro de sus letras.

Como todos los encuentros con él, éste había surgido de manera repentina, sin planearlos mucho, deseándolo mucho, pero sin mucho rumbo. Llevaría mis bostoneanos, esos que un día me abrochó. Llevaría mis notas y una carta bien sellada, bien elegante, bien escrita, bien segura en mi bolsa. También llevaría un libro en una bolsa de papel, era un regalo, para motivarlo, para motivarme, para tener algo de qué sujetarme. Para tener algo a qué aferrarme cuando quisiera encajarle las uñas al tomarle la mano para saludarlo. Él escribía. Solamente escribía. No deberíamos de conocer a los que escriben, porque nunca están pensando en nosotros, están pensando en quién sabe qué cosa, uno piensa que hablan de uno, que nos susurran y que nos acompañan. Pero no es cierto, están solos, en un rincón solo pensando en ellos y en sus estúpidos personajes que crean con nuestro aroma, pero que nunca seremos. En eso pensaba cuando me olió el cuello. No quería besarme, solo olerme pero en ese momento sentí que me hervía la sangre. Respiré profundo y me enterré las uñas sobre mis propias manos. Solamente sonroó y dio un paso para atrás. Hueles bien, ejm. Eso dijo. Yo me quedé abrazada a él, aunque se hacía más y más lejos. Mi elasticidad se aferraba a sus hombros y su mirada que dejó de mirarme y empezó a mirarse hacia dentro. Allá dentro me trasladé, y ahí me quedé, pensando que me miraba cuando lo que miraba era quién sabe qué personaje. En esos momentos no sé cómo llamar su atención quisiera inventar una muy buena historia, pero no siempre lo atrapo, saqué el libro que compré para él, cuando me interrumpió volviendo en sí: quiero leerte algo. El aire repentinamente llenó mis pulmones, sacó un viejo cuaderno y empezó a leer, había terminado su libro y yo era la primera en saberlo. Estaba otra vez creciendo, expandiéndome como el humo que se propaga por el cielo en medio de un gran incendio. 


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