Dos grandes ventanas al vacío

No camina, acaricia el piso dejándole al mundo disfrutar un poco de él. No pide, exige que lo que es suyo, lo que siempre tuvo, lo que le pertenece por haber nacido así. Una especie de realeza, un privilegio heredado, una sangre que vale más, que se cotiza mejor, que patenta una superioridad instaurada en el destino de haber nacido con bigotes, el privilegio de siempre caer parado. La dicha de tener nueve vidas. La gracia de mirar todo desde arriba y poderse meter por las altas ventanas. Así, acariciando el piso azota las patas sobre el piso para impulsarse y llegar hasta mi escritorio y caer con una suprema elegancia. Sin pedir permiso se postra sobre mi teclado entorpeciendo mi escritura. Me mira con molestia de encontrarse con mi presencia. Me mira perdonándome. Lo miro precisamente a los ojos, me acerco. Y ahí, en esos dos grandes ventanas al vacío veo mi muerte. Sí, mucho polvo, un golpe seco y el silencio. Sus ojos se tornan más negros, tan negros como se ve cuando ya se está muerto. Se marcha con los ojos siempre así, eso pasa cuando ves tu muerte en los ojos de un gato.

Comentarios