Ladrillos

Eras un muro al que me prensé sin miedo y sin esperanzas. Quizás unas pocas. Puse mi frente sobre el áspero ladrillo y te besé esperando respuesta de esa sofocada boca que siempre pedía más y más y que en un respiro se jalaba desde mi boca hasta lo más recóndito de mi vientre. Ahí estabas. Queriéndote llevar todo. Arrebatarme la vida en cada beso. Quizás era mi vida lo que querías, arrebatarme bocanadas de vida para usar después en cualquiera de las noches en que te faltara el aire, en donde sentirías que no había más forma de vivir, y ahí sacarías algo de mi vida acumulada en un tercer pulmón reservado exclusivamente para guardar la vida de los demás. De esa, me quitaste toda. Y así me dejaste, con besos que sólo quitaban cachitos de mí. Pero yo seguía aferrado a un ladrillo esperando que me succionara lo que yo ya no tenía, pero que aún te quería dar. Rocé mis dientes con el borde del tabique esperando que gritaras, y después disculparme, recibir tus vengativos dientes cayendo con fuerza sobre mí y después reír. Pero los tabiques no muerden solo se desgajan y ya. 




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