Plena, total, absoluta

Mientras caminaba por una vereda blanca enmarcada por piedras de río, titubeó un momento sólo para voltear atrás y recordar un poco de lo que se quedaba a sus espaldas. Miró sus brazos pesados que le impedían moverse libremente. Llevó su vista hacia sus nuevos brazos, que ahora eran livianos y elásticos. Con apenas un breve movimiento se alzaban por los cielos y en solo un instante regresaban al piso. No necesitaba nada de lo que dejaba a su paso. Su camino iba directo a la plenitud. Tomó aire profundo y no pudo más que agradecer la bocanada de aire fresco y absoluto que entraba por ella y se confundía con el todo. No se puede entender lo que significa poder respirar todo el aire al mismo tiempo, hasta que caminas por esa vereda de plenitud. Sin dolor, sin pesares, sin mangueras conectadas a su cuerpo, se disponía a ocuparlo todo en un viaje en el que se integraba definitivamente con el universo. La transición le dotaba de total ligereza. Volvió la vista hacia el frente y se le iluminó el rostro al tiempo en que soltaba una ligera sonrisa. Esa mueca de cuando sabía que se saldría con la suya,  la misma que soltaba cuando su nieta le decía mamá, esa de cuando miraba el mar o de cuando pensaba en que las cosas estarían bien hoy, mañana y siempre. Había sido suficiente en su paso por la tierra, había sido suficiente de la prisión que puede significar un cuerpo. Pero había valido la pena cada segundo de dolor, pues había sido la oportunidad, también, de conocer todas las formas posibles de amor. 

Así siguió su camino a la eternidad. 

Así caminó libremente hacia la plenitud que algún día habrá de compartir conmigo.

Buen viaje, nos volveremos a encontrar.

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