Covadonga

*

Mientras caminaba con prisa por el parque Río de Janeiro, me estrellé de frente con un hippie que practicaba malabares con unas mazas de colores, los dos caímos, no era tan extraordinario aquel tipo, no me pudo esquivar. No nos pedimos disculpas, los dos culpamos al otro al menos con la mirada.

-Fíjate, cabrón.

-¡Fíjate, tú! 

Nos reincorporamos, el hippie iba a recoger uno de sus bastones, pero se lo patié, quizo darme un golpe, pero me agaché para recoger otro de sus bastones y lo arrojé a la fuente que rodea una réplica del David de Miguel Ángel. 

-¿Estás pendejo?

El puñetas desistió de golpearme para correr a recoger su chingadera, tuvo que arremangar sus pantalones, de por sí cortos, para no mojarse sus pantalones de pana color vino. Me fui riendo, seguí con mi camino, iba a la Iglesia de la Sagrada Familia, que está apenas a una calle del parque. En esa iglesia suelen poner letreros de perros perdidos con buenas recompensas. Miré un paseador de perros con un cubrebocas con estampado de Scooby Doo, por un momento lo envidié un poco, había encontrado el outfit perfecto, pensé en mandarme a imprimir uno de Dick Tracy, pero quizás sería ridículo, Tracy no tenía unos divertidos bigotes como los de Scooby. 


Bingo, justo en la entrada se podía leer de una impresión a color "Ayúdame a encontrar a Pelusa, recompensa 15 mil pesos", arranqué el letrero, lo guardé en mi gabardina, sí, era un día lluvioso y portaba una gabardina caqui que compré en París. Los franceses pueden ser unos idiotas para algunas cosas, pero son unos genios para vestir y preparar pan, una vez que uno camina por Champs-Élysées, no vuelve a ser él mismo. Mirar tantas personas caminando con tanto estilo que uno siente que debe ponerse al día, no importa a qué te dediques, caminar por esa calle en horario pico te hace ver importante, elegante, aunque solo vayas por un café, parece que ese café será el responsable de salvar al mundo, porque todos quienes caminan por esa calle parece que tienen algo importante, lo esperan en un sitió para escucharlo decir alguna frase que cambiará la vida de los demás, pensé que debía entrar a la primera tienda y renovar mi guardarropa, eso hice y compré esta gabardina que sabría que me serviría para días como hoy. Sentí un viento, de esos que soplan justo antes de empezar una tormenta, y también sentí un repentino garrotazo en la cabeza. Todo se fue a negro.

**

-¿Está usted bien? Dije mientras veía la f de Floursheim en la suela de sus bostonianos, en las escaleras de esta iglesia solía haber mucho homeless pidiendo dinero, pero este se veía mejor vestido que los demás. Curioso que uno se preocupa por los tipos bien vestidos en problemas, pero no por los que traen la ropa echa harapos, bueno, no necesariamente soy yo el que suele preocuparse, es simplemente que vengo saliendo de la iglesia, vine a pedir. Sí, a pedir, me han dicho que es posible que tengan que operarme porque podría tener una especie de tumor que, como en todos estos casos, puede ser maligno, y la cosa se puede poner fea. Todas las mañanas, antes de las 7:00am escucho la campanas de esta iglesia a la que nunca había entrado, y por la que solía sentir un poco de resentimiento cuando quería dormir de más. Hoy que me tomé el día libre para hacerme los estudios, me pareció el mejor momento para detenerme aquí a pedir por mí. Qué extraño es volver con la cola entre las patas y en un momento de silencio decir, oh, lo siento, Señor, ahora me conviene que sí existas y necesito un poco de tu ayuda. No quiero parecer convenenciero, pero sentado en la primera fila frente a todas las imágenes de la iglesia, sentí que sí, que podía recibir un poco de ayuda después de dejar un billete de doscientos pesos en una de las alcancías a los pies de la virgen. Y si algo de la culpa no hubiera quedado saldado, siempre tiene uno la oportunidad de ayudar a los mendigos de las afueras de las iglesias, ahí uno termina de limpiar cualquiera que sea la culpa que arrastre. Así fue como me encontré con un tipo que era de aquellos que aún combina su cinturón con los zapatos. 

-¿Hey, amigo, está usted bien? -dije, mientras le moví un poco la espalda-. 

-¡Hijo de la gran puta, hippie de mierda! 

Y como si estuviera borracho se puso de pie, aun mareado dando una especie de patadas al aire. No intenté defenderme, solo lo miré con curiosidad, me miró también y se tranquilizó un poco. Entendió que sólo quería ayudarlo.

-¿Todo bien?

-Maldita sea, un vago de mierda me golpeó y estoy seguro que el hijo de la gran puta robó mi gabardina... momento...

Se precipitó y metió las manos a la bolsa y sacó una cartera de piel color blanca, respiró un poco, se tranquilizó.

-Uff, al menos no me robó también la billetera.

-Veo que está bien.

-Sí, disculpe amigo, no quise ofenderte, pensé que... bueno, no importa. ¿quieres un trago?

Lo miré tratando de pensar en un pretexto, mientras pensaba miré para todos lados hasta que mi mirada se encontró con el Salón Covadonga que estaba justo a contra esquina.

-Pues... 

-Pensamos lo mismo...

Reímos mientras señalamos al mismo lugar.



Comentarios