Si levantas la vista

Una terrible fuerza me impulsó a salir corriendo, una prisa irracional me rodeaba, no entendía un impulso que me hacía sentir no querer estar más en la biblioteca, en el jardín, en la calle, ni siquiera mi cuerpo era un espacio donde me sintiera parte de. Es desesperante cuando te duele estar, te incomoda todo y solo quieres desaparecer. Crucé la calle a toda prisa, sin mucho cuidado de ser atropellado de una bicicleta, un taxi, un camión de basura y posteriormente de dos metrobuses que cruzaban en sentidos opuestos, milagrosamente logré cruzar la calle y llegar ileso al otro lado de Avenida Cuauhtémoc. 


Miraba fijamente al piso y me concentré en la línea que se formaba al juntar dos bloques de pavimento de la banqueta, esa línea me dio un poco de tranquilidad, la seguí en ánimos de obtener un poco de certidumbre, la tuve, al menos hasta que llegué al final de la baqueta donde la línea se convertía en una T. Porfín levanté la cara para encontrarme con un oasis en medio de los grises de los límites de la Colonia Roma con la Colonia Doctores, era un cuadro inmenso, un cubo tridimensional verde, alto, fresco, reconfortante. ¡Qué extraño! solo crucé la calle, caminé máximo una calle, y me encontré con otro parque, quizás más pequeño que Jardín Pushkin, pero me resultó gratificante el descubrimiento. Por un momento me olvidé de mis ganas de desaparecer. Crucé la calle, ahora sí evitando ser atropellado, ahora la calle no parecían tan peligrosa, ni mi existencia tan detestable. Y no, no es ningún tipo de pesadilla. Era el Jardín Dr. Ignacio Chávez, un gran parque en alto, rodeado de jardineras que enmarcan una pista de atletismo cubierta de una especie de tartán, que no es tartán, pero que parece ser confortable para los pies de un corredor citadino. Para recorrer el jardín hay escaleras en cuatro extremos del gran cubo, unos nueve escalones que te permiten recorrer la pista, o el centro donde hay diferentes espacios recreativos, un campo de futbol 7, donde creo que solo caben unos 5 contra 5, un espacio con juegos para niños, un espacio para eventos donde por el momento se ofrecen actividades culturales o de relajación, pero lo que más llamó mi atención fue un sonido que parecía provenir del centro, el ruido de un chorro de agua que cae, era fuerte, como el de una cascada, al acercarme comprobé que solo era una fuente en forma de semicírculo que echaba el agua muy alto, estaba rodeada por una banca metálica muy larga, quizás de unos 60 metros, donde podrían caber apretadas, igual número de personas. A esa hora de la mañana, las 10:00am, nadie se sentaba sobre ellas. Parecían cómodas, mantenían una cierta inclinación hacia atrás, como el sillón reclinable de cualquiera de nuestros abuelos, era una estructura metálica que invitaba a sentarse, mirar la fuente, y quizás perderse un poco de la ciudad que se alcanzaba a ver al fondo y que se iluminaba de rojo cada vez que aparecía nuevamente el metrobús. Ahí me senté. Sólo hice lo que la arquitectura del lugar me invitó a hacer. Y ahí me perdí un par de horas. Quizás más.




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