Montones

Entre montones de papel se sienta todos los días para esperar una señal que no sabe de dónde llegará. Como no sabe qué busca, tampoco se dará cuenta cuando llegue. Perdido en la monotonía del oficio de esperar. Sentarse todas las tardes a recibir migajas de sol por la ventana donde solo entra el sol por 27 minutos. ¿Y si ya llegó? El oficio es esperar. Así que otra cosa saldrá. Esa es la apuesta, la de no decidir hoy. La de esperar la señal, que podría ser más tarde, la de las estrellas. Que podría ser más tarde, la de la luna. Que podría ser más tarde la de los sueños, que un día le despertarán para decirle que es el momento, la hora de ponerse de pie, que las historias están allá afuera, en la barra del bar donde solo mira televisión, en el camellón donde solo brinca la cuerda, en la fila del metrobús donde solo revisa su propio celular. Lo malo de acumular días, es que se juntan muchos que no sirven, y luego ya no sabe uno dónde dejarlos. Lo malo de esperar señales del cosmos, es que el cosmos no dice, aveces escucha. La inercia de los días forma figuras oscuras en el viento que quizás nunca entenderemos. Como adornos pasan desapercibidos por los peatones, pero son la hoja de ruta para los viejos marinos. ¿Dónde viven las historias? En las moronas sobre el escritorio que marcan el camino que recorrerán los personajes, o columpiándose en el parque. Atrapados en la caja musical, o formada en la caja del supermercado. También, por inercia, pone punto final al texto de esta noche.





 

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